Tadej Pogačar en París-Roubaix 2025: potencia, drama y una actuación para la historia

París-Roubaix: cuando el ciclismo se convierte en leyenda

Tadej Pogačar en la París-Roubaix 2025 lo dejó claro: esta no es una carrera cualquiera. La París-Roubaix no es solo una clásica; es un monumento en piedra y barro, una epopeya de ruedas y alma, un combate directo entre el hombre y el pavé. Mientras otras carreras premian la estrategia, la resistencia o la explosividad, Roubaix exige todo eso… y algo más: coraje brutal, técnica depurada y una capacidad de sufrimiento digna de los antiguos héroes griegos.

Lo que hace única a la París-Roubaix es su terreno. Sus 259 kilómetros de recorrido esconden más de 55 kilómetros de adoquines, divididos en 30 sectores que parecen salidos de otro siglo. No son los empedrados turísticos que adornan las plazas europeas: aquí hablamos de piedras desiguales, separadas, puntiagudas, enterradas a medias en tierra suelta o barro. Tramos como el Bosque de Arenberg, Mons-en-Pévèle o Carrefour de l’Arbre son ya nombres grabados en la mitología del ciclismo, donde los sueños de los más fuertes han reventado al ritmo de un pinchazo o un resbalón.

A diferencia de las grandes vueltas o incluso de otras clásicas, en Roubaix no hay margen para errores. Un movimiento en falso, una mala colocación en la entrada de un tramo, una rueda mal elegida o una caída ajena pueden echar por tierra meses de preparación. El estrés no se limita al cuerpo: los brazos tiemblan, los dedos se entumecen, y hasta la visión se nubla por las constantes vibraciones del manillar. Aquí, más que pedalear, se sobrevive.

Y después de todo eso, si el infierno te deja pasar, llegas a meta. Pero no es cualquier meta. El velódromo de Roubaix, con sus gradas de madera desgastada y su óvalo de leyenda, te recibe como a un gladiador. Allí, en medio de la ovación y la extenuación, los corredores se abrazan, se desploman o se miran con ojos vacíos. Algunos incluso lloran. Porque cruzar la meta de Roubaix no es ganar una carrera: es entrar en la eternidad del ciclismo.

Por eso, cuando un ciclista como Tadej Pogačar decide enfrentarse a este reto, el mundo del ciclismo contiene la respiración. Porque no se trata solo de competir. Se trata de enfrentarse a una verdad incómoda: que aquí, por muy bueno que seas, el pavé no perdona.

El debut de Tadej Pogačar en una de las clásicas más duras del ciclismo

La París-Roubaix es, sin duda, una de las carreras más míticas y temidas del calendario ciclista. Conocida como “el Infierno del Norte”, se caracteriza por sus tramos adoquinados, la dureza del terreno y la imprevisibilidad del clima. En este contexto, el debut de Tadej Pogačar en la edición de 2025 generó una expectación enorme. ¿Podría el esloveno, doble ganador del Tour de Francia y dominador de clásicas como Lieja-Bastoña-Lieja o el Tour de Flandes, también brillar en esta brutal batalla sobre el pavé?

Lejos de decepcionar, Pogačar demostró una vez más por qué es considerado uno de los ciclistas más completos de la historia reciente. En una jornada marcada por la velocidad, los ataques constantes y una caída que habría sacado de la lucha a la mayoría, el esloveno se rehízo y firmó una actuación memorable, cruzando la meta en el velódromo de Roubaix en segunda posición, solo por detrás del intratable Mathieu van der Poel.

Su rendimiento no solo fue brillante por el resultado, sino por la forma en la que lo consiguió: aguantando los ataques de los especialistas, sorteando el caos del pelotón en los tramos adoquinados y marcando ritmos altísimos que dejaron a más de uno sin piernas antes de tiempo. El “rookie” de la Roubaix dejó huella… y muchas ganas de volver a verlo enfrentarse a esta clásica legendaria.

La París-Roubaix 2025 en cifras: una batalla épica marcada por la adversidad

La París-Roubaix 2025 pasará a la historia como una de las ediciones más emocionantes y tensas de las últimas décadas. Celebrada el 13 de abril, la clásica francesa desplegó todo su arsenal de dureza: 259,2 kilómetros de recorrido, más de 55 km de tramos adoquinados y un ritmo frenético impuesto por los grandes favoritos desde los primeros compases.

Desde la salida en Compiègne, los gallos del pelotón dejaron claro que no habría tregua. El terreno, seco pero traicionero, ofrecía un pavé irregular, donde cada bache y cada curva mal tomada podían suponer el final de cualquier aspiración. La batalla se fue endureciendo con el paso de los sectores míticos como Arenberg y Mons-en-Pévèle, y pronto la carrera quedó reducida a los más fuertes: entre ellos, como no, el vigente campeón Mathieu van der Poel y el debutante más esperado, Tadej Pogačar.

El neerlandés voló sobre los adoquines como si fueran asfalto. Completó el recorrido en un impresionante tiempo de 5 horas, 31 minutos y 27 segundos, firmando una media de 46,92 km/h, una de las más rápidas jamás registradas en esta clásica. Con esta victoria, su tercera consecutiva en Roubaix, Van der Poel igualó una hazaña que solo habían logrado grandes leyendas del ciclismo.

Pero si alguien acaparó la atención del día, fue el esloveno. En su debut absoluto, Pogačar estuvo a la altura del mito. Se mantuvo en cabeza durante gran parte de la jornada, aguantando los tirones, los baches y el castigo constante del terreno. Sin embargo, el momento decisivo llegó a falta de 38 kilómetros para meta, cuando sufrió una caída al tomar una curva en uno de los tramos adoquinados más técnicos. El incidente le obligó a cambiar de bicicleta, y con ello perdió contacto con Van der Poel.

A pesar de todo, Pogačar no se rindió. En una persecución valiente, llegó a reducir la diferencia a solo 13 segundos, haciendo soñar a muchos con una remontada épica. Pero pronto se supo que algo no iba bien. El propio Tadej explicó más tarde que su disco de freno delantero rozaba ligeramente, impidiéndole rodar con fluidez. Además, al no llevar su ciclocomputador tras el cambio de bicicleta, no podía gestionar con precisión su esfuerzo. A falta de 20 km, se quedó sin energías, vaciado, y la brecha con Van der Poel volvió a abrirse.

Aun así, su segundo puesto fue recibido como una hazaña. No solo por lo que demostró físicamente, sino por el carácter que desplegó. Como reconoció el propio Van der Poel tras cruzar la meta:

“Sabemos qué campeón increíble es Tadej. Lo que ha hecho hoy, en su primer Roubaix, es de otra galaxia”.

El podio lo completó el danés Mads Pedersen, que entró a más de dos minutos del ganador. Pero más allá de los tiempos, la edición de 2025 nos dejó la confirmación de que Pogačar no tiene límites. Montaña, contrarreloj, muros flamencos o adoquines infernales… No hay terreno donde no pueda brillar.

¿Cuántos vatios mueve un monstruo como Pogačar en el Infierno del Norte?

Cuando Tadej Pogačar declaró, tras cruzar la meta de Roubaix, que había marcado “uno de los valores de potencia más altos de su vida”, los aficionados y analistas del rendimiento alzaron las cejas. No era una exageración. Y aunque no compartió los datos en Strava –ni siquiera llevaba su ciclocomputador tras cambiar de bicicleta tras la caída–, todo apunta a que ese día, el esloveno rozó sus propios límites fisiológicos.

A falta de datos precisos, debemos construir el retrato a partir de estimaciones, referencias previas y pura lógica ciclista. Pogačar es un corredor con un FTP estimado cercano a los 6,3 W/kg, en el rango de los mejores de la historia. En carreras como el Tour de Flandes 2023 y 2024, sus analistas situaron sus esfuerzos decisivos en los 8,5 a 9,2 W/kg durante tramos de 3 a 5 minutos, y promedios de 350 a 390 W reales en fases sostenidas de persecución. Y Roubaix no es menos exigente.

Durante la persecución tras su caída, recortó más de 10 segundos a Van der Poel en apenas 5 km, en un terreno nada favorable. Para lograrlo, es razonable estimar que pedaleó por encima de los 420-450 W durante más de 7 minutos, probablemente con picos superiores a los 600 W en las aceleraciones sobre adoquines. Todo esto, sin referencias en pantalla, con el freno delantero rozando, y en pleno desgaste muscular tras más de 220 kilómetros de esfuerzo ininterrumpido.

Pero si algo caracteriza la Roubaix es que no hay un único momento clave. El desgaste se construye a martillazos. Las repeticiones explosivas para entrar bien colocado en cada tramo de pavé, los relanzamientos tras cada curva, la tensión constante en los hombros y antebrazos… todo suma. Se estima que los ciclistas de élite que disputan esta carrera mantienen una media superior a los 300-320 W durante más de 5 horas, con momentos de intensidad que alcanzan el umbral anaeróbico sin descanso.

Y Pogačar no se escondió. Atacó, respondió, persiguió. Hasta que el cuerpo dijo basta. A falta de 20 km, sin referencias ni frescura, se vació completamente. En ese tramo final, mientras Van der Poel mantenía un paso infernal de más de 45 km/h sobre adoquín suelto, el esloveno no pudo ya seguir el ritmo, perdiendo minuto y medio en los últimos sectores. Pero incluso ese “fracaso” habla del nivel descomunal al que había estado compitiendo hasta entonces.

En resumen: aunque no tengamos la curva de potencia oficial, el cuerpo de Pogačar sí habló. Y lo hizo con claridad. Habló de un rendimiento extremo, probablemente de los más altos jamás medidos en una clásica adoquinada, con un coste físico y mental al alcance de muy pocos humanos. Y eso, sin la victoria, ya lo convierte en una actuación para el recuerdo.

Reflexión final: cuando la grandeza no necesita victoria

La París-Roubaix no es una carrera que se gane solo con piernas. Tampoco basta con la táctica, ni siquiera con la suerte. Es un juicio. Un rito. Y no todos los campeones están hechos para afrontarlo.

Tadej Pogačar llegó por primera vez al Infierno del Norte sin promesas ni excusas. No necesitaba demostrar nada: su palmarés habla por él. Pero lo hizo igual. Entró a una batalla que no domina, en un terreno que no le pertenece, y aun así redefinió lo que significa competir con grandeza.

No fue la victoria lo que convirtió su actuación en histórica, sino su capacidad para seguir luchando cuando el cuerpo fallaba, cuando el plan se desmoronaba, cuando todo se volvía imprevisible. En lugar de retirarse mentalmente tras la caída, peleó con lo que le quedaba: fuerza, orgullo y corazón.

Y eso lo entendieron todos. Lo entendió el público, que lo ovacionó al llegar segundo como si hubiera ganado. Lo entendió Van der Poel, que lo elogió con una admiración sincera. Y lo entendió Roubaix, que no siempre premia al primero… pero sí honra a los que se ganan su respeto.

Porque al final, hay días en los que el ciclismo trasciende la clasificación. Y esta edición de Roubaix fue uno de ellos.

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